¡Tic! ¡tic! ¡tic! Suena el cepillo de dientes contra el lavabo. Abre la canilla y tras un par de gárgaras escupe todas las burbujas que se pierden en el remolino. Se acomoda la toalla en la cintura, se peina, se mira a los ojos y hecha un guiño. Se da vuelta y se va. Cierra la puerta tras de él y se dirige a su vida.
Sin notarlo, sin que nadie lo note, algo queda en el espejo. Mira fijo hacia la puerta, no se mueve de su lugar. Lo único que puede hacer es esperar a que vengan a darle vida nuevamente. Una gran frustración llena su existencia, el saber que no es real, que es meramente un reflejo de la realidad. Su solo anhelo es poder llegar a ser algo más que una imagen, pero está ahí encerrado, sujeto a los antojos de su causa. Vive preso y totalmente dependiente. Es el alimento de su ira y la total razón de su existencia. Pero esto no es va a quedar así. No se perturba de tal manera a las imágenes. Solo necesita una oportunidad.
Llega el fin del día. La oscuridad reina y de repente ¡clic! Se hace la luz. Una vez más soportar su condición de reflejo. Una vez que el dueño de sus movimientos termina, sale, pero esta vez no cierra la puerta, no. Esta es la oportunidad que esperaba, la hora de la venganza. Espera a que todo calle en la habitación contigua. Junta todas las fuerzas posibles y saboreando por primera vez la libertad da un puñetazo en la puerta que separa su mundo del real. Los vidrios vuelan sobre las baldosas frías. Se estrellan y rompen en mil pedazos con ruidos estrepitosos. Ya nada lo detiene. Nada se interpone en su voluntad. Pasó al mundo real. Él es real. Él se ganó esa libertad. Es hora de saldar cuentas. Recoge un trozo de espejo bien filoso y puntiagudo. Sin dudar, despiadadamente, se dirige al lecho de su otro yo. Lo encuentra imperturbado, inofensivo y totalmente expuesto. Levanta su mano con el brazo extendido y como un relámpago lo baja sobre el pecho de su víctima. La sangre surge a borbotones, empapa las sábanas y todo se tiñe de rojo. La muerte se acerca velozmente. El hecho está consumado, sin embargo lo único que siente es un ardor en el pecho. No entiende, esto no se supone que pasaría. Baja la mirada, nota que en su propio cuerpo se encuentra clavado ese mismo trozo de espejo. La sangre en la cama es su sangre, y la de él, son la misma sangre.
Ahora comprende todo, demasiado tarde, pero le es claro.
Sin notarlo, sin que nadie lo note, algo queda en el espejo. Mira fijo hacia la puerta, no se mueve de su lugar. Lo único que puede hacer es esperar a que vengan a darle vida nuevamente. Una gran frustración llena su existencia, el saber que no es real, que es meramente un reflejo de la realidad. Su solo anhelo es poder llegar a ser algo más que una imagen, pero está ahí encerrado, sujeto a los antojos de su causa. Vive preso y totalmente dependiente. Es el alimento de su ira y la total razón de su existencia. Pero esto no es va a quedar así. No se perturba de tal manera a las imágenes. Solo necesita una oportunidad.
Llega el fin del día. La oscuridad reina y de repente ¡clic! Se hace la luz. Una vez más soportar su condición de reflejo. Una vez que el dueño de sus movimientos termina, sale, pero esta vez no cierra la puerta, no. Esta es la oportunidad que esperaba, la hora de la venganza. Espera a que todo calle en la habitación contigua. Junta todas las fuerzas posibles y saboreando por primera vez la libertad da un puñetazo en la puerta que separa su mundo del real. Los vidrios vuelan sobre las baldosas frías. Se estrellan y rompen en mil pedazos con ruidos estrepitosos. Ya nada lo detiene. Nada se interpone en su voluntad. Pasó al mundo real. Él es real. Él se ganó esa libertad. Es hora de saldar cuentas. Recoge un trozo de espejo bien filoso y puntiagudo. Sin dudar, despiadadamente, se dirige al lecho de su otro yo. Lo encuentra imperturbado, inofensivo y totalmente expuesto. Levanta su mano con el brazo extendido y como un relámpago lo baja sobre el pecho de su víctima. La sangre surge a borbotones, empapa las sábanas y todo se tiñe de rojo. La muerte se acerca velozmente. El hecho está consumado, sin embargo lo único que siente es un ardor en el pecho. No entiende, esto no se supone que pasaría. Baja la mirada, nota que en su propio cuerpo se encuentra clavado ese mismo trozo de espejo. La sangre en la cama es su sangre, y la de él, son la misma sangre.
Ahora comprende todo, demasiado tarde, pero le es claro.
3 comentarios:
excelente.
astuto de parte finalizar el relato con tu muerte, pero no creas que me has engañado, nunca mas te mirare de la misma forma.
ojala se te caiga la pinga maricon!
Lo leo por terecera vez y encuentro el aguijón de la esquizofrenia en imégenes delineadas en suspenso, algo de horror metafísico, algo que lacera la existencia.
Publicar un comentario