MUNDO ENVOLTIDO

- ¡Dejáte de joder! ¿Por qué no te ocupás de tus cosas? ¡Estoy harto de que te me metas en la cabeza y me digas que estoy haciendo mal! ¡Salí de acá!- Gritaba desde la góndola de los lácteos repleta de productos de mala categoría hacia la puerta.
La luz era pobre, como suele ser en los minimercados. El hombre encapuchado que sostenía un revolver, con la cara tapada por un pañuelo, no podía entender lo que sucedía y miraba para todos lados desorientado. El dueño tenía el rostro lleno de lágrimas y moco. Temblaba como una hoja en otoño, no hacía más que balbucear cosas inentendibles, se agarraba la cabellera negra y tapaba sus ojos achinados.
El primero no dejaba de insultar al cielo y señalar con agresividad hacia allí. Mientras vociferaba se percató de una cosa: estaba hablando con Dios, y Dios es Dios, Todopoderoso. Le entró un terrible temor y en un segundo se vio acurrucado en una esquina del negocio temblando y temiendo haber ofendido al Altísimo. Temía por unas represalias bíblicas y la condena eterna.
Mientras el encapuchado se le acercaba para atestarle un golpe y callarlo de una buena vez el ambiente se estremeció, las bombillas explotaron dando un espectáculo de luces, el maiz se hizo pochoclo, las botellas y latas estallaron y todo el lugar se estremeció. El ambiente se llenó de humo y una voz terrible inundó el lugar. Hacía temblar las estanterías y los productos se desparramaban por todos lados.
Nadie entendió lo que dijo, pero cuando el humo se disipó un poco el primer hombre no estaba, el encapuchado había perdido su arma y el chino estaba inconsciente en el suelo. El que estaba de pie salió corriendo como perseguido por le demonio. Horas más tarde el lugar seguía como si nada hubiera pasado.