11 noviembre 2006

Por la ruta 10

Poso mis pies sobre el plástico y pongo la rueda a girar. Los engranajes denotan en su sonido mucha herrumbre. Con pesado esfuerzo logro alcanzar una velocidad crucero y me dedico a admirar el paisaje que lentamente se desplaza a mi alrededor mientras me acerco al poniente. El aire marino me acaricia la cara e incursiona tierra adentro levantando polvo y sacudiendo las hierbas con ese sonido particular que solo se experimenta en la costa. Del otro lado de los médanos el cantar de las olas se hace llegar invitando a cualquier transeúnte a acercarse y remojar las barbas en las aguas frescas y cristalinas de un mar color azul impresionante.
Al cabo de un rato la tentación es demasiado fuerte. Freno mi bicicleta estrepitosamente, corro hacia la orilla con desenfreno y me arrojo al agua. Una vez dentro, ya habiendo barrenado un par de olas perfectas, me reclino a mirar el cielo celeste y disfrutar el momento.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Tiempo al tiempo, falta poco hermano.
Sacudiendo las hierbas.

Rain (Virginia M.T.) dijo...

Si no existiera el mar...

Socram dijo...

Eso es secreto