15 agosto 2007

1973, entre los pliegos

Corría el mes de Agosto de 1973, entre los pliegos de mi bufanda lograba respirar el aire fresco de la mañana, divirtiéndome con los arremolinamientos del vapor que emanaba mi boca. Era una mañana más de tantas, que habían precedido y que le sucederían. En la primera plana de los diarios se leían noticias de las relaciones con Brasil y Paraguay, desgastadas en los últimos meses.
Mis zapatos gastados se enfriaban mientras resbalaban por las baldosas de la estación. Salí con la corriente hacia la vereda plagada de trabajadores que formaban ríos hacia todas las direcciones, dirigidos como ganado por la costumbre y la rutina. Como todas las mañanas llegué a la parada del 93. Preparaba las monedas cuando mis ojos curiosos se cruzaron con otro par que venían de frente. El choque fue fugaz, aunque en mi cabeza duró una eternidad, quizá por todas las veces que lo recordé. A pesar de la brevedad del momento bastó para entender por demás. No me animé a volver a mirar. Esos ojos se dieron vuelta y solo pude ver el gorrito de lana durante todo el viaje hasta que me bajé en mi parada.
En todo el día no pude hacer otra cosa que pensar en ese par de ojos. Durante la noche soñé con ellos y me desperté al día siguiente con una ansiedad curiosa, como un chico en una mañana de 25 de Diciembre. Me apuré en bañarme y afeitarme. No tomé desayuno y salí a la calle protegido entre los pliegos de mi bufanda. El viaje en tren se me hizo interminable y estaba sumamente incómodo. Al llegar a la parada no hacía más que mirar para todos lados buscando, hurgando con los ojos entre gorros de lana y sobreros. Ya había perdido la esperanza cuando sin previo aviso los volví a ver. Mi sobresalto fue tal que aparté rápida, y debo reconocer que muy evidentemente, la vista. Solo pude mirar al piso todo el tiempo de espera. El boletero se molestó conmigo y refunfuñaba porque no le prestaba atención. Solo podía pensar en una cosa, en esos ojos. Me mortificaba pensar en mi reacción tan abrupta y torpe. Reconocí en ese instante que ellos reaccionaron ante mi actitud. Los incomodé.
Apenado por el episodio intenté olvidarlo. Sin embargo todas las mañanas era la misma historia. De entre los pliegos de mi bufanda mis ojos, sin buscarlos, los encontraban.
Una vez pasada la época de bufanda ya no tenía dónde esconder mi cara, por lo que cambié mi horario de tren. Pasaron unos meses sin noticias de ellos. Tenía una extraña mezcla de sensación de tranquilidad y de melancolía que duró algún que otro mes más. Pero el tiempo todo lo cura, y esta vez no sería la excepción. Me olvidé de aquel episodio ridículo, e incluso llegué a reírme de mi inocencia y fantasía.
Todo había recuperado su curso normal hasta aquella mañana. Yo preparaba mis monedas en la parada. Con mi mano derecha en el bolsillo jugaba a contarlas y sacar el cambio justo sin mirar mientras mi mano izquierda descansaba al costado de mi cuerpo. Cuando creí tener todas las monedas contadas sucedió algo mágico. Alguien tomó mi mano. Alguien que estaba parado detrás de mí en la cola. Reconocí esa mano enseguida y sin voltearme los vi. Claros como el cielo, penetrantes y sinceros, dispuestos a entregarse.

2 comentarios:

Fernando Travaglini dijo...

que bueno que te agarren de la mano de esa manera.... cuanta emoción contenida

realemente bueno!

Anónimo dijo...

Agarrame esta.
Muy bien, y increiblemente rápido.
Yo voy a tardar mucho mucho. Estoy siendo exigido en otros ambientes.