09 julio 2008

Cuando nadie me ve soy invisible.
Si me miro en el espejo no me veo.
Tengo que cambiar el espejo.

24 mayo 2008

Refundación personal

Sin mirar atrás se marchó con el saco sobre el hombro. Llevaba lo básico, no le costó dejar muchas cosas detrás. Definitivamente no extrañaría el viento marino ni la soledad del lugar. Dejó la puerta cerrada y tiró la llave al fondo de las aguas en la bahía mientras se dirigía desde su pequeña roca embestida por las olas hacia el puerto. Se subió al primer ferri que encontró sin mirar hacia dónde iba y nadie supo nada de él nunca más. Bien podría haber sido uno hacia el Caribe como uno hacia el Polo. Lo mismo daba.

Nadie había notado su partida en las primeras horas de la mañana. Nadie nunca notaba lo que él hacía. Se percataron de su ausencia cuando durante la noche se empezaron a escuchar las bocinas de los barcos que regularmente pasaban por el estrecho formado entre su pequeña isla y el continente. Fue en ese momento, que colisionaban dos cargueros y las llamas se elevaban por el cielo negro de la noche, que fueron notificados de la falta de luz en el faro. No estaban preparados para semejante accidente. Transcurrieron unas cuantas horas hasta que lograron hacer andar la luz del faro. Recién ahí pudieron salir a rescatar a los tripulantes de los cargueros. Ya con todos en tierra y a salvo pudieron sentarse a pensar qué había pasado. Salieron en busca del responsable. Por supuesto que no lo encontraron en todo el pueblo. No estaba en su casa, no estaba cerca del faro. La mayoría de sus cosas estaban ahí esperándolo. Pareciera como si la tierra se lo hubiera tragado. Les tomó un par de días descubrir que se había marchado sin aviso y sin mención de a dónde. Pensaron en la posibilidad de un suicidio, en un accidente con las furiosas aguas y cualquier tipo de muertes extrañas. Las especulaciones cesaron cuando encontraron su bote de remos en el puerto y con una carta corta y con letra clara que decía:

“No me extrañen, yo no los voy a extrañar”.

No había razones ni excusas, solo una despedida breve y simple digna de su carácter esquivo y osco. Enseguida todos supieron que nunca más lo volverían a ver. Rápidamente consiguieron alguien que ocupe su lugar y todo siguió en la isla como si nada hubiese pasado.

Mientras tanto, el fugitivo disfrutaba de su libertad y nueva vida sentado entre un montón de gente en un banco de la plaza mientras vendía sus artesanías. Aquel libro de Kerouak si que le había pegado duro.

11 febrero 2008

07 enero 2008

Yo creo...

... que somos dos holas del mismo mar. Nacemos, chocamos con las piedras de la costa y volvemos a formar parte del todo.

14 septiembre 2007

Careta

Esta anécdota se sucedió una noche del invierno de este año en lo de un amigo. No éramos muchos, pero de todas formas los suficientes como para justificar la salida, la cerveza y el güisqui. La animosidad no era mucha debido a la falta de contacto de los últimos tiempos, pero nos íbamos poniendo al tanto de los sucesos relevantes de los últimos días. Si algún desconocido entrase en la habitación no sabría decir que fuimos compañeros de toda la vida. Vaya uno a saber qué fue lo que pasó en todo este tiempo que nos distanció así.
Yo sentado del otro lado de la mesa ratona lo escuchaba hablar y hablar. Parecía tan convencido de lo que decía que por un momento me lo creí. Nada nuevo tenía para decir, al menos eran las mismas historias disfrazadas con otros ornamentos, otros personajes y momentos, pero la sustancia era la misma. Lo oía hablar de política, de economía, de las verdades de la vida, pero todo sonaba a hueco. La charla me aburría demasiado, pero por no ofenderlo lo dejé hablar. Me dediqué a escuchar sin oír. Todo sonido que salía de su boca tenía un efecto cavernoso y retumbaba en mi cabeza como cuando se es chico y se queda dormido en una mesa de mayores que hablan largo y tendido. El lenguaje se tornó incomprensible y un leve mareo me sacudía la cabeza de lado a lado. Absorto en mi mundo interior lo único que podía hacer era asentir y hace una que otra expresión acompañando el tópico.
Inmerso en ese letargo, un poco causado por la bebida y otro poco por causas desconocidas e incomprensibles empecé a notar cómo su cara se descascaraba, se le caía cual máscara de barro reseca. El desprendimiento se hizo cada vez más notable hasta que parecía que llovía ceniza de su rostro. De golpe el chorro paró y horrorizado noté que sus facciones se habían transformado en algo amorfo, oscuro y no dejaba de cambiar y moverse con lento sufrimiento. La estupefacción y la curiosidad no me permitieron desviar la mirada. Contemplé con horror todo el episodio. Mi mente confusa no podía abarcar lo que estaba viendo, mis sentidos se paralizaron y un frío escalofrío recorrió mi espalda desde la cintura hasta la nuca. Temblé y la fuerza me abandonó. De mi mano patinó el vaso y se estrelló en el piso desparramando la bebida. Una vez más miré el rostro y la imagen quedó grabada en mi mente.
Bruscamente salí de mi desconcierto cuando el dueño de casa me insultaba molesto por la alfombra manchada. Giré mi cabeza recobrando la conciencia de la realidad pero todavía asustado. Volví a mirar el rostro que había vuelto a la normalidad. En ese momento entendí su verdad.

15 agosto 2007

1973, entre los pliegos

Corría el mes de Agosto de 1973, entre los pliegos de mi bufanda lograba respirar el aire fresco de la mañana, divirtiéndome con los arremolinamientos del vapor que emanaba mi boca. Era una mañana más de tantas, que habían precedido y que le sucederían. En la primera plana de los diarios se leían noticias de las relaciones con Brasil y Paraguay, desgastadas en los últimos meses.
Mis zapatos gastados se enfriaban mientras resbalaban por las baldosas de la estación. Salí con la corriente hacia la vereda plagada de trabajadores que formaban ríos hacia todas las direcciones, dirigidos como ganado por la costumbre y la rutina. Como todas las mañanas llegué a la parada del 93. Preparaba las monedas cuando mis ojos curiosos se cruzaron con otro par que venían de frente. El choque fue fugaz, aunque en mi cabeza duró una eternidad, quizá por todas las veces que lo recordé. A pesar de la brevedad del momento bastó para entender por demás. No me animé a volver a mirar. Esos ojos se dieron vuelta y solo pude ver el gorrito de lana durante todo el viaje hasta que me bajé en mi parada.
En todo el día no pude hacer otra cosa que pensar en ese par de ojos. Durante la noche soñé con ellos y me desperté al día siguiente con una ansiedad curiosa, como un chico en una mañana de 25 de Diciembre. Me apuré en bañarme y afeitarme. No tomé desayuno y salí a la calle protegido entre los pliegos de mi bufanda. El viaje en tren se me hizo interminable y estaba sumamente incómodo. Al llegar a la parada no hacía más que mirar para todos lados buscando, hurgando con los ojos entre gorros de lana y sobreros. Ya había perdido la esperanza cuando sin previo aviso los volví a ver. Mi sobresalto fue tal que aparté rápida, y debo reconocer que muy evidentemente, la vista. Solo pude mirar al piso todo el tiempo de espera. El boletero se molestó conmigo y refunfuñaba porque no le prestaba atención. Solo podía pensar en una cosa, en esos ojos. Me mortificaba pensar en mi reacción tan abrupta y torpe. Reconocí en ese instante que ellos reaccionaron ante mi actitud. Los incomodé.
Apenado por el episodio intenté olvidarlo. Sin embargo todas las mañanas era la misma historia. De entre los pliegos de mi bufanda mis ojos, sin buscarlos, los encontraban.
Una vez pasada la época de bufanda ya no tenía dónde esconder mi cara, por lo que cambié mi horario de tren. Pasaron unos meses sin noticias de ellos. Tenía una extraña mezcla de sensación de tranquilidad y de melancolía que duró algún que otro mes más. Pero el tiempo todo lo cura, y esta vez no sería la excepción. Me olvidé de aquel episodio ridículo, e incluso llegué a reírme de mi inocencia y fantasía.
Todo había recuperado su curso normal hasta aquella mañana. Yo preparaba mis monedas en la parada. Con mi mano derecha en el bolsillo jugaba a contarlas y sacar el cambio justo sin mirar mientras mi mano izquierda descansaba al costado de mi cuerpo. Cuando creí tener todas las monedas contadas sucedió algo mágico. Alguien tomó mi mano. Alguien que estaba parado detrás de mí en la cola. Reconocí esa mano enseguida y sin voltearme los vi. Claros como el cielo, penetrantes y sinceros, dispuestos a entregarse.