En el valle del Manso, un lugar cercado por altas montañas con nieves eternas, surcado por ríos de un verde esmeralda, bañado en bosques frondosos llenos de vida, sonidos melodiosos de pájaros y el viento acariciando las copas de los árboles, habita un hombre a quien la salubridad del ambiente ha sabido conservar del paso del tiempo.
Hombre laborioso, anciano, pero con un vigor inquebrantable, hábil para las faenas campestres y un amor por la vida gauchesca que enorgullecería al mismísimo Martín Fierro. Con su semblante tranquilo y ojos penetrantes puede entender la verdad de las cosas simplemente contemplándolas. Forma parte de la naturaleza del lugar, predice el clima, conoce las criaturas que lo habitan, convive con ellas y las domina a tal punto que ya son una extensión de su ser. No usa sus piernas, siempre se moviliza a caballo, su herramienta fundamental de trabajo, seguido por su perro fiel, el Malevo, que le resguarda la espalda a donde sea que vaya, compañero en muchas aventuras por esos pagos. Animal astuto, poseedor del “distinto” (instinto) del perro como suele pronunciarlo.
Relata cuando se pone a matear las querellas que solía realizar cuando era nuevo, allá en la Estancia Leleque, en las cercanías de Esquel, como por ejemplo el arreo de pavos desde allí hasta El Bolsón, la vez que lo pisoteó una vaca y le quebró tuitos los huesos, lo que le gustaba hacer noche en la montaña durmiendo a la intemperie, cosa que los años ya no le permiten, lo buen domador que solía ser, la cantidad de veces que fue hospitalizado por golpes, y muchas otras más que surgen a medida que llega el ocaso alrededor del hogar lleno de leños y generoso para calentar.
Sin su existencia los gauchos ya no serían lo que solían ser y una tradición se habría archivado en las arcas de recuerdos perdidos. Su vida vale la pena ser mencionada, es digna de este homenaje y espero que puedan apreciarla tanto como yo lo hago.
Hombre laborioso, anciano, pero con un vigor inquebrantable, hábil para las faenas campestres y un amor por la vida gauchesca que enorgullecería al mismísimo Martín Fierro. Con su semblante tranquilo y ojos penetrantes puede entender la verdad de las cosas simplemente contemplándolas. Forma parte de la naturaleza del lugar, predice el clima, conoce las criaturas que lo habitan, convive con ellas y las domina a tal punto que ya son una extensión de su ser. No usa sus piernas, siempre se moviliza a caballo, su herramienta fundamental de trabajo, seguido por su perro fiel, el Malevo, que le resguarda la espalda a donde sea que vaya, compañero en muchas aventuras por esos pagos. Animal astuto, poseedor del “distinto” (instinto) del perro como suele pronunciarlo.

Sin su existencia los gauchos ya no serían lo que solían ser y una tradición se habría archivado en las arcas de recuerdos perdidos. Su vida vale la pena ser mencionada, es digna de este homenaje y espero que puedan apreciarla tanto como yo lo hago.
1 comentario:
Aunq ud. no lo crea, este singular personaje es tan real como el hecho de q está leyendo estas líneas. Tuve el placer de comprobarlo...
(markitos... creo q Miguel necesitaba q lo fuéramos a visitar jeje! vamos?)
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