El hombre invisible

Está sentado enfrente mío, afuera la oscuridad se mueve a grandes velocidades. Se ríe.

- "¡El hombre invisible!." Ríe nuevamente.

Abre sus ojos grandes, verdes e inquietos, increpa todo su derredor. Estando agotado por mi largo día y con muchas cosas en la cabeza hago que no lo veo, pero no puedo dejar de prestar atención a cada uno de sus movimientos. Realmente me inquieta. Teme decir algo. Ríe otra vez, como si todos supiesemos de qué. Se muestra indesiso, amaga pero no se anima. Al rato desiste y deja de reir. Su atención se concentra en otra cosa.

Llega la primer estación e indica la parada y así continúa haciendo con cada una de ellas. Totalmente compenetrado en su faena, administra sus pertenencias todas en una bolsa derroida por el uso. Saca "lo esencial": cepillo de dientes, peine, y los postizos. Luego de relajarse un poco, los limpia y los introduce en su boca, gesticula un poco, los acomoda. Estos son unos dientes plásticos de Drácula, dignos de una piñata de cumpleaños número 7, sucios y al poco de romperse. Sonríe como chico que recién le sacaron los aparatos fijos. Sin poder evitarlo lo miro. Como era de esperarlo lo nota. Me quedé helado, sin saber cuál sería su reacción. Sus ojos redondos se cruzan con los míos. Se queda mirandome fijo por unos segundos que aparentan ser eternidades y sin exaltación alguna extiende su mano frente a mi con toda la buena intensión y se la estreché como es debido. Luego de unas cuantas paradas anuncia "¡Beccar!". Acá me bajo. Cuando me paro nuevamente extiende su mano. Lo saludo y me bajo del tren. Adios a un nuevo amigo de viaje.