El asiento resultó confortable y el viaje más corto de lo que creí que sería. Vi por la ventana todo tipo de paisajes y al llegar tuve la oportunidad de respirar ese aire seco y fresco que tanto me atrae. A pesar de encontrarme en una ciudad bastante poblada el hecho de estar tan lejos de mis obligaciones me relajó lo suficiente como para sentirme a gusto ni bien di el primer paso sobre los andenes de la estación. Estiré mis piernas antes de recoger los equipajes, que por cierto no eran muchos, simplemente un par de mudas como para estar cómodo. Al salir de la estación encontré como siempre la camioneta estacionada bajo la sombra de un par de álamos. La llave la llevaba conmigo, junto con un par de anteojos y mi walkman.
A los pocos minutos ya estaba fuera de la ciudad circulando por la ruta sinuosa que bordea lagos, bosques, montañas e imponentes caserones sobre sus laderas. El cielo celeste como no se lo puede ver en Buenos Aires que tiene ese triste color gris y da esa sensación de estar viciado con anuncios de muerte. En cambio allí tenía un color espléndido, azul si se miraba para arriba y tornándose más claro mientras se acerca al horizonte. Surcaba la bóveda celeste un blanco nubarrón totalmente inofensivo. Al parecer mi estadía sería de lo más placentera.
En la entrada, junto a la tranquera abierta, me esperaba el casero. Luego de un afectuoso saludo, todo lo afectuoso que puede ser un saludo de un hombre de campo curtido por los años y las tareas agrestes, entré en la casa donde me esperaba la chimenea prendida, un par de tortafritas y un dulce de frambuesa casero. Todo lo que se puede desear allí lo tenía. Me senté en el sillón enfrente al ventanal y admiré el atardecer, el fluir del río y el mecer de las copas de los árboles que rodeaban el parque, mayoritariamente coihues y cipreses. El sol se puso temprano detrás de las montañas, pero una tenue luz permaneció hasta tarde cuado se hizo noche cerrada.
La cantidad de estrellas que se podían ver esa noche era inconmensurable. Una fría brisa merodeaba por el valle. Salí abrigado con el poncho y me acosté boca arriba a descubrir constelaciones y de vez en cuando divisar algún cometa. Cené una simple sopa, tomé alguna copa de vino y cerré la noche escuchando música apaciguante, comiendo un poco de chocolate y más tarde fumándome un cigarro.
Me acosté en el sillón enfrente de la chimenea cubierto por una frazada bien abrigada y me quedé dormido con el ruido de chispas de fondo sabiendo que en la mañana podría hacer lo que me diera la gana.
A los pocos minutos ya estaba fuera de la ciudad circulando por la ruta sinuosa que bordea lagos, bosques, montañas e imponentes caserones sobre sus laderas. El cielo celeste como no se lo puede ver en Buenos Aires que tiene ese triste color gris y da esa sensación de estar viciado con anuncios de muerte. En cambio allí tenía un color espléndido, azul si se miraba para arriba y tornándose más claro mientras se acerca al horizonte. Surcaba la bóveda celeste un blanco nubarrón totalmente inofensivo. Al parecer mi estadía sería de lo más placentera.
En la entrada, junto a la tranquera abierta, me esperaba el casero. Luego de un afectuoso saludo, todo lo afectuoso que puede ser un saludo de un hombre de campo curtido por los años y las tareas agrestes, entré en la casa donde me esperaba la chimenea prendida, un par de tortafritas y un dulce de frambuesa casero. Todo lo que se puede desear allí lo tenía. Me senté en el sillón enfrente al ventanal y admiré el atardecer, el fluir del río y el mecer de las copas de los árboles que rodeaban el parque, mayoritariamente coihues y cipreses. El sol se puso temprano detrás de las montañas, pero una tenue luz permaneció hasta tarde cuado se hizo noche cerrada.
La cantidad de estrellas que se podían ver esa noche era inconmensurable. Una fría brisa merodeaba por el valle. Salí abrigado con el poncho y me acosté boca arriba a descubrir constelaciones y de vez en cuando divisar algún cometa. Cené una simple sopa, tomé alguna copa de vino y cerré la noche escuchando música apaciguante, comiendo un poco de chocolate y más tarde fumándome un cigarro.
Me acosté en el sillón enfrente de la chimenea cubierto por una frazada bien abrigada y me quedé dormido con el ruido de chispas de fondo sabiendo que en la mañana podría hacer lo que me diera la gana.
6 comentarios:
Esto es lo que querías Fer. Ahora me dieron ganas de ir a mi tambien la p...
Por la foto de abajo parece cierto
Logras q A TODOS nos den ganas de ir... Y QUE GANAS!
Hola Socra, te veo en una realidad que traspasa lo bucólico, es más, es un estado místico terrenal.
Por otra parte, ya que no hay señales de mail donde escribirte, te pido disculpas por el link errado que estba en el puerto. Si te contara lo que me pasó te va a parecer una historia intrincada. Por error, alguien que me quería ayudar con el template tocó tu link... es largo de contar. Y hubo un tiempo en el que no podía ni publicar, así que tuve que estar más d euna semana, escribiendo solo en los comentarios.
He repuesto tu link. Antes entraba por la vía de la princess, y ahora lo hice directo con el afán de comentar después de un lapso largo, eh, Socram.
Espero veas este comentario. O bien me voy a post más reciente...
Cálido salute.
Socram, son recurrentes mis disculpas: algo pasó que escribí mal el link, aunque hubiera jurado que no era así.
Allí esta tu link otra vez operativo y ya no sé de ti hace tiempo. Bueno, lejanías como ésta me entristecen...
En fin, ando 'envoltida'. Y es que entiendo 'envoltida' ahora, como algo que gira y se enreda para después salir como un liberado rizoma.
Salutes.
Mi vi obligado a cambiar el link porque algún ente maligno destruyó el anterior. Una leve modificación y de vuelta a las pistas. A veces para seguir hay que reinventarse
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