30 junio 2007

El mate en exceso

Temprano por la mañana, una de esas mañana de invierno en las que todavía no salió el sol, me levanté para comenzar con mis tareas. Me despabilé mojándome el rostro con un poquito de agua, que a mi parecer salía de la costa atlántica argentina, no por lo sucia sino por lo fría. No me arropé con mis mejores prendas porque no tenía intención de ser visitado por nadie, ni de salir por nada a la calle. Así no más, en pantuflas y yoguineta, el cuello cubierto por mi bufanda favorita, me preparé un mate, agarré un paquete de biscochos agridulces y me fui al estudio. Con dureza retomé la tarea que había dejado la tarde anterior. Creo que estaba en el capítulo 9 si mal no recuerdo. Así comencé.
La mañana fue avanzando, el sol salió, el agua se secó y la araña chiquitita trepó por el balcón. Lo que quiero expresar es que las horas pasaron y yo seguía calentando agua y cebando mate a medida que las páginas del manual de "Control Presupuestario y de Gestión" iban acabándose. Ya después de alcanzado el segundo litro de mate, empecé a notar que el cuarto tomaba una tonalidad verdosa. No es que me haya llamado la atención, ya que las paredes están empapeladas con una especie de tramas escocesas verdes. Pero sin embargo el verdor se extendía más allá del empapelado; el libro, la pava, los lápices, el techo, todo se iba tiñendo de verde. Siempre sospeché que soy un poco daltónico, pero esto ya era demasiado. Es imposible, hasta para un daltónico confundir el blanco con el verde.
Miré mis manos que para ese entonces las empecé a notar temblorosas y muy livianas. Todo estaba como en otra dimensión, mi mente podía ver todo a través de un prisma verde, pero no tenía la sensación de estar allí. Me tomó unos minutos darme cuenta que esto estaba realmente pasando. Al fin logré reaccionar un poco, me cacheteé de ambos lados (hay que poner la otra mejilla) e intenté pararme. Las piernas no me respondían, no me podía mover en absoluto. Lo único que podía hacer era pasar las hojas y cebar mate. Inmerso en ese trance permanecí por lo que parecieron horas, días, semanas cuando al fin un timbrazo del teléfono logró desconectarme.
Una vez fuera de esa órbita viciosa volqué el agua caliente (increíblemente seguía caliente; lo que pasa es que tengo un buen termo), vacié el mate, guardé la bombilla y noté que era la hora del almuerzo. Me fui a la cocina para despabilarme y recapacitar lo sucedido. Jamás logré encontrar una explicación a pesar del buen plato de guiso de lentejas.
Incluso hoy en día si intento recordar qué fue exactamente lo que pasó no puedo hilar ni un solo pensamiento seguido. Quedará en la nebulosa. Eso sí, en el examen saqué un 10.

5 comentarios:

Mateo dijo...

Es importante eso de tener un buen termo. A mi me pasa que al quinto mate ya no es lo mismo.

Fernando Travaglini dijo...

como me gustaria que no me diera tanta paja cebar mate




SE ARMO EL INTERCAMBIO DE TITULOS! EL TUYO ES: Alusiones al psicotrópico.

Vos le tenes que mandar un titulo al breton... (jajaja quizo cambiar el oreden para que yo no le diera titulos... EL MUY CAGON)

Socram dijo...

Cuando tenés que estudiar todas las boludeces que llevan tiempo no de tan paja

Anónimo dijo...

Estás del mate.
Gustó el juego de tiempos.

emimx dijo...

Descubrí hace poco que el mate pega como loco, más que un café!