14 septiembre 2007

Careta

Esta anécdota se sucedió una noche del invierno de este año en lo de un amigo. No éramos muchos, pero de todas formas los suficientes como para justificar la salida, la cerveza y el güisqui. La animosidad no era mucha debido a la falta de contacto de los últimos tiempos, pero nos íbamos poniendo al tanto de los sucesos relevantes de los últimos días. Si algún desconocido entrase en la habitación no sabría decir que fuimos compañeros de toda la vida. Vaya uno a saber qué fue lo que pasó en todo este tiempo que nos distanció así.
Yo sentado del otro lado de la mesa ratona lo escuchaba hablar y hablar. Parecía tan convencido de lo que decía que por un momento me lo creí. Nada nuevo tenía para decir, al menos eran las mismas historias disfrazadas con otros ornamentos, otros personajes y momentos, pero la sustancia era la misma. Lo oía hablar de política, de economía, de las verdades de la vida, pero todo sonaba a hueco. La charla me aburría demasiado, pero por no ofenderlo lo dejé hablar. Me dediqué a escuchar sin oír. Todo sonido que salía de su boca tenía un efecto cavernoso y retumbaba en mi cabeza como cuando se es chico y se queda dormido en una mesa de mayores que hablan largo y tendido. El lenguaje se tornó incomprensible y un leve mareo me sacudía la cabeza de lado a lado. Absorto en mi mundo interior lo único que podía hacer era asentir y hace una que otra expresión acompañando el tópico.
Inmerso en ese letargo, un poco causado por la bebida y otro poco por causas desconocidas e incomprensibles empecé a notar cómo su cara se descascaraba, se le caía cual máscara de barro reseca. El desprendimiento se hizo cada vez más notable hasta que parecía que llovía ceniza de su rostro. De golpe el chorro paró y horrorizado noté que sus facciones se habían transformado en algo amorfo, oscuro y no dejaba de cambiar y moverse con lento sufrimiento. La estupefacción y la curiosidad no me permitieron desviar la mirada. Contemplé con horror todo el episodio. Mi mente confusa no podía abarcar lo que estaba viendo, mis sentidos se paralizaron y un frío escalofrío recorrió mi espalda desde la cintura hasta la nuca. Temblé y la fuerza me abandonó. De mi mano patinó el vaso y se estrelló en el piso desparramando la bebida. Una vez más miré el rostro y la imagen quedó grabada en mi mente.
Bruscamente salí de mi desconcierto cuando el dueño de casa me insultaba molesto por la alfombra manchada. Giré mi cabeza recobrando la conciencia de la realidad pero todavía asustado. Volví a mirar el rostro que había vuelto a la normalidad. En ese momento entendí su verdad.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Se me viene a la cabeza algunas imágenes de The Wall.
we dont need no education
hasta la vista baby

sofia dijo...

cómo me gustó!

autoreferencial? (o ocmo se diga)

Socram dijo...

muy